Creación con causa: Ciclo de Teatro Útil

“¿Para qué sirve el teatro?, se preguntaba William Shakespeare, “¿somos la crónica y el reflejo del presente, o somos pura mentira? Quizá ningún otro cuestionamiento respecto al arte en general sea tan pertinente como éste, ahora que vivenciamos el horror de la violencia. Hace unas semanas, Javier Sicilia, poeta y filósofo, hizo un llamado a la ciudadanía; el asesinato de su hijo lo condujo sin remedio hacia el desgarrado territorio que habitan los deudos de nuestro país: miles de padres, madres, abuelos e hijos, que dejan de llorar la pérdida sólo porque necesitan justicia; ya vendrá la época del duelo sereno que consuela, ahora son tiempos de lucha, de peticiones, de exigencia: “Ya basta”.

“El mundo ya no es digno de la palabra, nos la ahogaron en la garganta. No hay más poesía en mí”, aseguró el poeta. Pero los artistas como él son irremediablemente biofílicos, para ellos la vida sigue valiendo la pena del mundo y por eso acude al arte, ese que hoy le falta, convencido de que en la creación se gesta la vida misma. La de Sicilia es una voz que se reúne a las de otros escritores que ya no están (como la de Susana Chávez, activista de Ciudad Juárez recientemente asesinada, o la de los maestros José Revueltas y Carlos Montemayor, cuyas denuncias fueron escasamente escuchadas); pero también se mezcla con los gritos desoídos de la gente que no habla más que desde dónde les mataron a alguien, en prosa, sin poesía quizá, y a los susurros de los presos sin juzgar o juzgados mal, así como a los de su gente, juzgada también sin deberla, aunque, eso sí, temiéndola.

Es un coro que nos invita a decir a los que todavía no pasamos por las funerarias, a los que aún no estamos tentados a asomarnos a las fosas buscando lo que nos hace falta y que no sabemos todavía qué más hacer sino arte. Arte frente a la muerte, arte frente a la sangre, arte para las cruces desérticas, arte para los cadáveres, arte para la discriminación, arte para quienes seguimos vivos; creación con causa para seguir creyendo. El Ciclo de Teatro Útil es un proyecto concebido por el Foro Shakespeare bajo tales premisas.

Se trata de teatro social, teatro documental, teatro político, teatro periodístico, teatro de denuncia, teatro contemporáneo, teatro que refleja la realidad nacional actual y de los años recientes, en resumidas cuentas, Teatro Útil. Desde hace un mes y hasta junio, todos los miércoles a las ocho de la noche, en el Foro Shakespeare, se presenta una obra distinta sobre diversos temas que, desafortunadamente, nos atañen hoy a los mexicanos: la tragedia de la Guardería ABC, los feminicidios en Ciudad Juárez, la diversidad sexual, el VIH-SIDA, la represión en Atenco, los presos políticos, la violencia de género, la niños de la calle, etcétera. Al final de cada función hay una charla-debate entre los integrantes del grupo teatral y personalidades expertas en el tema de la obra, con el público. Parte de las ganancias de la taquilla se entregan a una organización no gubernamental vinculada con el tema abordado.

Humberto Robles, coordinador del ciclo, e Ítari Martha, codirectora del Foro Shakespeare en la Ciudad de México, explican que el término “Teatro útil” fue acuñado por el dramaturgo Bertolt Brecht, considerando que el mismo trataría de temas del acontecer nacional, como una forma de denunciar, informar y concienciar al público. “Es Teatro Útil porque al final de la función hay charlas-debate con expertos en los temas relacionados con cada obra y el público, lo que permite informar. Es Teatro Útil porque parte de las ganancias se destinan solidariamente a organizaciones no gubernamentales en lucha y resistencia”.

El Ciclo de Teatro Útil es, sin duda, un espacio de creación, no sólo artística, sino social, que busca informar de un modo creativo a la gente sobre los temas que deben interesarnos si queremos modificar el rumbo que hemos tomado en México. Esto es algo que escasamente vemos en la cartelera de espectáculos de nuestro país, por ello constituye una oportunidad única para asomarnos a lo que nos acontece cada día de manera responsable, contribuyendo en algo al arte, a la cultura y a la sociedad misma. Quienes creamos (actores, directores, dramaturgos, escritores) queremos seguir creyendo; su asistencia lo hará posible porque, como afirma Humberto Robles, “el teatro no existe si tú no asistes”.

El respeto a la mascota ajena es la paz

A Bruno Antoine, coordinador de Amazon CARES (Comunidad para Animales, Rescate, Educación y Salud), en Iquitos, Perú. Como él dice, trabajar por los animales lo hace más humano.

En México cada vez es más frecuente enterarse de medidas, incluso oficiales, que implican el maltrato a los animales. Autoridades de diversas ciudades se dicen preocupadas por los problemas ocasionados debido a la sobrepoblación de gatos y perros en situación de calle, por lo que autorizan matanzas que poco tienen de civilizadas, en lugar de apoyar a las asociaciones civiles que combaten el mismo problema con esterilizaciones masivas y con actividades para concienciar a las personas sobre sus obligaciones como dueños de mascotas.
Ahora, la novedad en las redes sociales es un comunicado mediante el cual, un grupo de personas que asegura conformar el Consejo Vecinal de la Colonia Condesa en la Ciudad de México, convoca a llenar las calles de esa demarcación con alimento envenenado para asesinar a perros y gatos; se dicen inconformes con los dueños irresponsables de mascotas a las que traen sin correa y que no levantan las heces de sus animales. Su molestia es comprensible, pues a nadie resulta agradable andar por aceras minadas de excrementos, ni respirar el aire contaminado por los mismos y, mucho menos, han de mostrarse felices frente a la preocupación de que ellos o sus hijos puedan ser atacados por alguna mascota que resulte peligrosa y no sea controlada por su dueño. Sí, la exigencia para que sean respetados sus derechos es legítima, pero no lo es la medida que proponen para lograrlo, puesto que, entre otras cosas, atenta contra uno de los principios básicos de la convivencia y la legalidad: no se puede hacer justicia cometiendo injusticias.
Podría hablar de los derechos que los propios animales tienen, pero me queda claro que, para quienes no los aman, este argumento resulta endeble. Sin embargo, hay otras razones que deberían interesarles a las personas que consideran el “exterminio” (palabra usada por ellos en su comunicado) como una opción para garantizar, dicen nuevamente los convocantes, “la seguridad de nuestros hijos”. Precisamente por sus hijos es que resulta necesario abordar el tema de manera seria y, sobre todo, analizar a fondo lo que, hasta ahora, les parece una solución viable a un problema que es mucho más complejo.
Puede ser que a los miembros de esta supuesta organización vecinal tampoco les importe matar “accidentalmente” a las mascotas de personas que sí son responsables, o a animales que se han extraviado por un lamentable descuido, haciendo pagar a “justos por pecadores”; “daños colaterales, tristes pero inevitables”, pensarán. Quizá también sean indiferentes frente a la posibilidad de que la víctima sea un ser humano, un niño que por curiosidad ingiera el alimento con veneno, por ejemplo; tal vez no les parezca grave la inseguridad para ese infante porque ese hijo es de alguien más.  Ni pensar en que les preocupe el bienestar emocional de los niños que comparten su tiempo y su vida con una mascota a la que probablemente verán morir en la calle sin poder hacer nada al respecto, angustiados, asustados, marcados psicológicamente por una experiencia que, a todas luces, es violenta.
Lo que sí debe importarles, en principio porque es una de sus obligaciones como padres de familia, es la salud mental y emocional de sus hijos. Sin duda, inculcar en los niños que la agresión contra seres vivos es una forma legítima y normal para resolver los problemas sociales de convivencia no es buena idea. Las consecuencias de fomentar la cultura de la violencia es palpable en nuestra sociedad y, en muchos casos, la criminalidad de la que tanto nos quejamos ha estado asociada al maltrato animal; basta con leer los peritajes psicológicos donde se señala que, de niños, asesinos seriales famosos, tristemente célebres por la crueldad con la que cometieron sus crímenes, torturaban y asesinaban mascotas.
Las medidas de exterminio que este y otros grupos de personas promueven, no contribuyen a crear conciencia en los dueños irresponsables (quienes ciertamente deben asumir las obligaciones adquiridas con sus mascotas para no afectar a los demás), ni ayudan a la armonía entre los seres humanos que se encuentran conviviendo. Por el contrario, fomentan la agresión social que de por sí estamos padeciendo. Además de la violencia desbordada que hoy vivimos y sufrimos en el país, en el extranjero se comenta con desagrado y franca desaprobación que los mexicanos somos un pueblo que maltrata a los animales. ¡Qué pena!, porque, como decía Mahatma Ghandi, “la grandeza de una sociedad se puede averiguar por la forma con que trata a sus animales”. 

Trazos de luz, trozos de México: la mirada poética de Marie Pain y Adriana Reid

Jesús Ibáñez, científico social y filósofo de la ciencia, decía que el ser humano “es un espejo que el universo coloca en su centro para mirarse”. Así es, la vida y todo lo que ella constituye sólo puede ser aprehendido mediante los sentidos, instrumentos cognitivos que, en el caso de los artistas, tienen la virtud de hacerlos partícipes directos de la Creación.

Marie Pain y Adriana Reid son de esos seres que han renunciado a la promesa del Paraíso, con tal de participar, aquí en la Tierra y no el Cielo, del diseño vital de la existencia. Mujeres mexicanas, como fotógrafas hacen de la vista, mirada; poesía transfigurada en imágenes que se sienten, que nos hablan. No es casual, ambas también son talentosas escribiendo, amantes de la poesía y de la música, en suma, biofílicas irremediables que encuentran belleza por todas partes, incluso en el dolor o, mejor aún, sobre todo en el dolor que en sus manos alquimistas se hace luz.

Marie Pain, “especialista en sueños a ojos abiertos, novel bruja empeñada en mirar a través de un tercer ojo”, como se define a sí misma, nació en la Ciudad de México; es inquieta pero introspectiva, discreta, casi tímida, pero sociable, en suma, contrastante. Su formación cultural y educativa, nos cuenta, es una mezcla de aciertos y adeudos en escuelas públicas y privadas, donde bien podía destacar notoriamente o perderse a voluntad. El perfil de Marie Pain, asegura Maria Luisa (que es el nombre que lleva desde niña), “encaja a la perfección en el de músico, poeta y loco. A los 30 años, Marie Pain empieza a vivir una adolescencia tardía y lúdica: se declara fotógrafa en proceso, escritora experimental y baterista autodidacta.

Adriana Reid, originaria de la Ciudad de México, radica actualmente en Guadalajara; reservada y de trato cálido, se nutre del entorno con sus maneras sencillas pero de gran intensidad. La pasión de Adriana Reid hacia la literatura y la poesía, encontró cause en el camino de su propia experiencia creativa: la fotografía artística. Su obra, señala ella misma, “es reflejo de mi perspectiva de vida, el ángulo de mi mirada, los trazos de la luz en mi visión diaria”. Tras algunos años de experimentación y estudio independiente, Adriana inicia su preparación formal en el Colegio de Fotografía de Occidente, donde no sólo encuentra el ambiente propicio para desarrollar sus conocimientos, sino también para afinar su sensibilidad artística.

En Trazos de luz, trozos de México, exposición fotográfica que se inaugura el próximo viernes 6 de agosto en el restaurante Sotavento (Horacio esquina con Schiller, Polanco) de la ciudad de México, convergen las miradas profundas de estas dos fotógrafas. Hasta la segunda semana de septiembre, mediante imágenes, las sombras de lo visto nos invitarán a encontrar, a riesgo de convertirnos por un instante en verdaderos iluminados, aquello que conmovió a Adriana y a Marie cuando dispararon a su paso por distintos sitios del país, por supuesto en defensa propia, el obturador de sus respectivas cámaras.

Ecoscopios: arte y literatura al servicio del cuidado de nuestro planeta

Ecoscopios es la primera exposición de arte en espacios públicos dirigida totalmente a la población infantil. Veinticinco piezas montadas sobre los camellones de Paseo de la Reforma (entre la glorieta del Ángel y la Palma en ambos sentidos) procuran concienciar de manera lúdica y creativa a las generaciones más jóvenes sobre el cuidado del medio ambiente, la ecología y la sustentabilidad. Este proyecto, cuyo resultado podrá visitarse en forma gratuita hasta el 5 de septiembre del año en curso, se planeó según un sondeo previo con niños de diversas edades, mediante el cual fue posible conocer sus principales inquietudes en torno al tema.

La realización de las piezas de arte que conforman la exposición son producto del trabajo de artistas plásticos, diseñadores, escritores e ilustradores que fueron coordinados por Susana Mateos, quien se ocupó de la curaduría. Los treinta y cinco creadores son: los artistas plásticos Amitla Cuacuas Marcué, Ana María Guardia, Marité Márquez Yong, Chris Castañeda, Azul Enzué, Miguel Ángel Sánchez, Juan Jaime Anaya, Gastón Ortiz, Johan Olguín, Carmen Lang, Alejandro López, Roberto Aguilar, Xólotl Polo, Scott Neri, César Córdova, Alfredo Libre, Fernado Niragob, Barry Wolfryd, José Lara, Vanessa Salas y el colectivo MURIC (Mauricio Palacios, Sigrid Blancas, Yasser Garibay, Guillermo Albert y Rodrigo Alducin), los escritores Tania Campos Thomas, Valerie Benguiat, Susana Mateos, Antonio Andrade, Fernando Cortez y los ilustradores Inés Estrada, Herenia, Juan Palomino, Luis Pérez Gay y Néstor Jiménez.

A pesar de estar pensada para los niños, esta es una exposición interesante también para los adultos; sin duda, una forma agradable y divertida para aprender a cuidar nuestro planeta, mientras se camina por una de las avenidas más bonitas de la Ciudad de México. Su compromiso con la ecología, con la niñez y con la gratuidad de la cultura, son otras de las razones por las que nadie debe perderse la visita a Ecoscopios y para mí es un honor formar parte de ella.

New York, New York

Cuando escuchamos altruismo, pensamos en personas adineradas que, abanderando la conciencia social, ponen a disposición de diversas causas recursos de todo tipo. La ayuda casi siempre se dirige a colectivos marginados y, cuando es internacional, lo más frecuente es que la colaboración provenga del llamado Primer Mundo, para combatir la desigualdad en los países no desarrollados. Lo que no es común es oír sobre la pobreza en países desarrollados. Aunque usted no lo crea, la injusticia no respeta fronteras. Prueba de ello es la situación social que descubrió la Reforma Sanitaria propuesta por Barak Obama, Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (país que representaba, en el imaginario social de América Latina, el modelo de bonanza económica). Hasta la aprobación de dicha reforma en este año, un porcentaje elevado de la población estadounidense no contaba con cobertura médica y, aún así, los ciudadanos conservadores del vecino país, que son muchos, protestaron contra la aprobación de las leyes que permitirían a los pobres de allá ser atendidos cuando se enferman.

Con la globalización, las condiciones de desigualdad emergen de las sombras, pero también los esfuerzos de grupos de cooperación, ahora a nivel mundial: ya no se trata de que los nacidos en países “privilegiados” acudan a ayudar a los que menos tienen en naciones pintorescas y pobres, sino de fomentar la solidaridad entre todos, rescatando del fenómeno de la mundialización la generosidad que debiera distinguirnos como humanos. Pioneros en ello son Gerardo Jaime y Katy Bernhart, él mexicano y estadounidense ella, quienes luego de un largo viaje por Sudamérica, se han dedicado a fomentar la cooperación social de los viajeros para que a su paso dejen muestras palpables de solidaridad y, a cambio, se lleven la experiencia inigualable de convivir con las personas, más allá de lo que una estancia por vacaciones podría dejarles.

Esta pareja fundó Por un mejor hoy (www.hoycommunity.org), organización que se dedicó durante varios años a organizar viajes de voluntarios a diferentes partes de México, la mayoría estudiantes estadounidenses que pasaron sus vacaciones pintando escuelas, construyendo áreas recreativas para niños, levantando cercas y conviviendo con las comunidades indígenas y campesinas de México a las que visitaban; buena manera de ayudar, pero también de inculcar en los jóvenes norteamericanos una visión distinta de nuestro país y de su responsabilidad como “ciudadanos del mundo”. Katy y Gerardo acondicionaron una casa en Cuernavaca, Morelos: Casa Hoy (hoycommunity@gmail.com), sede de la organización y albergue para viajeros que acuden a realizar trabajo voluntario en el marco de distintos proyectos locales (Centro de Atención al Menor, Ministerios de Amor- Casa Perlas para niñas, Caminando unidos-escuela alternativa para niños de bajos recursos, Casa de la red-limpieza de barrancas y el Grupo de Mujeres Indígenas Artesanas de Cuentepec, entre otros). Con Casa Hoy, se van creando puentes que unen a comunidades en necesidad y visitantes internacionales; se estimula así el desarrollo positivo y duradero para ambas partes, mediante la promoción de viajes participativos, trabajo comunitario y cooperación internacional.

Gerardo y Katy siguen planeando, ahora un nuevo viaje de cooperación, pero esta vez con una novedad: convocan a jóvenes mexicanos, interesados en ayudar como voluntarios, mientras conocen nada menos que Nueva York. En el mundo del altruismo, siempre al borde de la conmiseración y el “lavado de conciencias primer mundistas”, pocas veces he encontrado una propuesta más congruente. Sin duda celebro la solidaridad bien entendida (sin distingos por nacionalidad), pero también creo que es un acierto acudir a la conocida generosidad mexicana. El nuevo proyecto de Por un mejor hoy beneficia a todos: a los que reciban la ayuda de los viajeros voluntarios y a los que vayan, jóvenes de nuestro país que tendrán la oportunidad de conocer la mítica ciudad de New York, en toda su compleja realidad.

Este viaje, que ocurrirá del 5 al 12 de septiembre, sirve igualmente para enseñarnos que nosotros también podemos y queremos dar; que no hace falta nacer en un país de economía “resuelta”, para proponernos hacer algo por los demás (sean de donde fueren). No creo exagerar cuando digo que esta iniciativa promueve la paz: se teme lo que se desconoce y el miedo es una de las fuerzas más vehementes que alimenta la violencia. Conocer a los “otros” cooperando con ellos, es una respuesta digna y fraterna en tiempos hostiles, de leyes contra migrantes como las de Arizona. Mexicanos que cruzan “al otro lado”, no en busca de dinero, sino movidos por el deseo de ayudar. Es motivo de orgullo que esta iniciativa nazca en nuestro país, ¿no cree usted?

Seducción instantánea, ¿amor light?


“¿Qué significa conquistar[1]?”, pregunta El Principito al zorro en el capítulo 21 del célebre libro de Antoine Saint Exuspéry. “Significa crear lazos contesta el zorro todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me conquistas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo (…) mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música (…) Por favor... ¡conquístame!” “¿Qué hay que hacer?”, interrogó El Principito. “Hay que ser muy paciente –respondió el zorro–. Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...”
            Sí, conquistar, ganarse el afecto de otra persona, es una tarea que requiere de paciencia. Sin embargo, la inmediatez es una de las características de nuestra sociedad y parece que, en nombre de la prisa, sacrificamos el cultivo de las relaciones humanas. Todo debe ser rápido, incluso la conquista; olvidamos que no se ama lo que no se conoce, y confundimos atracción o empatía instantánea con sentimientos profundos. Tan es así, que en Internet proliferan las páginas donde se anuncian cursos de seducción, siempre acompañados de adjetivos como “práctica” y “rápida”. Incluso hay quien promete enseñar a “seducir en veinte minutos”. Es el caso de Ross Jeffries, un hombre norteamericano de cincuenta años, que se jacta de haber conquistado en ese breve lapso de tiempo a su actual pareja, treinta años menor que él.
            Jeffries asegura que hay técnicas efectivas y eficientes para ganarse el amor de una chica de modo casi instantáneo, sin invertir dinero en invitaciones, chocolates o flores y, por supuesto, ahorrándose el esfuerzo y el tiempo, sobre todo el tiempo, que implicaría conquistar “a la antigüita” a una mujer. Ni siquiera se requiere de ser apuesto o cumplir con los estándares de belleza de la sociedad en la que se vive, dice el autor del libro Fast seduction y pone como ejemplo el caso de uno de sus alumnos: “Pesaba doscientos kilos y su mujer lo había dejado. Estuvo al borde del suicidio. Sólo había estado con una mujer y tenía pocas posibilidades de conseguir otra. Con mi material, consiguió acostarse con trece”.
            Me gusta pensar que el chico al que “ayudó” Jeffries bajó de peso (lo que indica una mejor autoestima), fue a terapia para resolver los pensamientos suicidas y adquirió seguridad en sí mismo. La verdad es que tampoco me parece mal que ejerza su sexualidad libremente, con trece, con veinte, con cuarenta o con todas las mujeres que quieran, por decisión propia y sin engaños, pasar una noche con él. Pero tener relaciones sexuales con una mujer, es distinto a haberla conquistado. El planteamiento de Ross Jeffrie es algo para reflexionar, no en términos de la defensa de la “moral” (que existe sólo en función de nuestras particulares creencias socioculturales y religiosas, todas respetables por igual), sino en cuanto a lo que se busca en una pareja y el concepto del amor que manejamos.
            Sobre el caso, me pregunto varias cosas: ¿realmente podemos considerar como “exitoso” a un hombre (Ross Jeffries), únicamente porque “conquistó” a una chica de veinte años? Aunque la edad no importa, en realidad suele ser más complicado ganarse el afecto de una mujer mayor, independiente, madura, que sabe lo que quiere en una relación de pareja. Alguna de las técnicas que promueve el autor, ¿servirán para más que conseguir relaciones sexuales?, es decir, ¿podríamos hablar de amor o sólo se trata de atracción? En cuanto a su destacado alumno, ¿qué le hace pensar que había amor en una relación de pareja, donde su mujer lo ha dejado sólo porque pesaba doscientos kilos?´, ¿pensará que las trece chicas que se “agenció” para una noche sexual le tienen afecto?, ¿realmente considera que el sexo casual es suficiente para sentirse bien y no querer suicidarse?
            No dudo que el uso de “técnicas neurolingüísticas” que aprendió Jeffrie para dejar de ser un tipo “que se sentía frustrado y feo, un perdedor que hablaba de política, de guerra, de cosas que no interesan a las mujeres”, sirvan para atraer a más de una mujer, pero sospecho que su estrategia es útil por breve tiempo, no para encontrar realmente una compañera y sólo con féminas que, efectivamente, no se interesen por temas como los que él señala. No está mal que los hombres se sientan seguros de poder conquistar a una mujer de ese modo y con dichas características, pero que no les vendan el amor y el afecto como si fueran instantáneos, de lo que se trata aquí es de atracción, no sólo rápida (fast), sino también light.
             


[1] En la mayoría de las ediciones en español de El Principito, el vocablo francés apprivoiser, se ha traducido como “domesticar”. Sin embargo, apprivoiser significa también amansar, hacer suya, seducir, ganarse o conquistar el afecto. Utilizo esta última acepción, porque la palabra “domesticar” en español tiene una carga despectiva cuando se usa para referirse a las personas.  

Decir "no": asertividad y autoestima

A Jacka, por su genial "No estoy, no quiero, no" que inspiró esta reflexión.
“No”: un monosílabo y, sin embargo, quizá sea la palabra que más trabajo nos cuesta articular de manera aislada. Responder negativamente a una petición es algo que con frecuencia nos causa sentimientos de culpa, a pesar de que esta capacidad para negarnos a hacer lo que no queremos constituye una de las cuestiones fundamentales en el terreno de las relaciones humanas y, en específico, de la llamada asertividad. Ser asertivos es una habilidad social esencial para todas las facetas de nuestra vida que consiste en expresar pensamientos, sentimientos y creencias propias, asumiendo las consecuencias (positivas o negativas) de los mismos y teniendo en cuenta los de los demás. El principio que subyace a la asertividad es el respeto hacia uno mismo seguido, por supuesto, del respeto al resto de las personas. Pero hay que aclarar que, en este caso, el orden de los factores sí altera el resultado obtenido y es que, si bien se insiste en la empatía y la necesidad de no ser insensibles antes las necesidades de nuestros interlocutores, lo más importante es poner por delante nuestros propios deseos. Es justamente esto último lo que nos dificulta la tarea de decir “no” cuando debemos hacerlo. Nuestras sociedades occidentales son, por decirlo de algún modo, afirmativas; en ellas se sobrevalora la disposición a servir a los demás por encima de nuestros deseos y se asocia la negación con el egoísmo, incluso cuando de ella depende en gran medida el mantenimiento de una sana autoestima. En lo que atañe a la educación femenina, el asunto se vuelve verdaderamente complicado y es que en las sociedades de tipo patriarcal se espera la sumisión de las mujeres. En el mejor de los casos, que no en todos lamentablemente, ésta condición subordinada ya no se expresa en la evidente violencia del maltrato físico, pero ello no quiere decir que esté ausente del todo; pervive de forma velada entre otras cosas mediante la asignación de ciertas características al “ser femenino” como la ausencia de agresividad y enojo, así como en la eterna disposición de servir a los demás antes que a sí mismas. Las enseñanzas trasmitidas obstaculizan a las mujeres para ser asertivas; decir claramente lo que sienten y quieren es toda una hazaña cuando sus sentimientos o deseos no coinciden con lo que de ellas se espera. Una chica capaz de asestar un “no” contundente y aislado de mayores explicaciones que lo justifiquen, será pronto calificada de rebelde, egoísta y agresiva, sin importar que su negativa sea justa para con ella misma y que, inclusive, se trate de la respuesta más adecuada ante peticiones francamente abusivas. En el centro de varios de los males sociales más frecuentes, como la codependencia y los distintos tipos de acoso, está precisamente la imposibilidad de decir “no” sin sentir que ello nos hace malas personas. Negarnos a lo que no deseamos o consideramos adecuado para nuestro propio bienestar no es ser egoísta, es un derecho de todos y todas; nadie está obligado a acceder, siempre y bajo cualquier circunstancia, a lo que los demás esperan, sobre todo cuando esa expectativa entraña para nosotros malestar o peligro de cualquier naturaleza. Entre la sumisión y la agresión hay un punto intermedio: la asertividad, habilidad que nos permite ubicarnos de manera autónoma, queriéndonos y respetándonos, sin pasar por encima de lo que sienten los otros. Tan es imprescindible aprender a decir “no” cuando hay que decirlo y tanto se nos hace algo increíblemente complicado hacerlo, que hasta existen técnicas sugeridas por los psicólogos para aprender a negarnos y salvaguardar de ese modo la salud emocional y psíquica. Por ejemplo, se propone “el disco rayado” (repetir una y otra vez nuestros argumentos sin violentarnos, evitando que nos convenzan de lo contrario), “el banco de niebla” (escuchar y dar la razón a lo dicho por el otro, sin dejar que sus palabras nos lleguen profundamente) y “la contra pregunta” (que hace pensar al interlocutor sobre lo que pide, algo como ¿por qué crees que debería hacerlo?). En realidad no importa cómo nos las arreglemos para decir “no” cuando eso queremos, lo fundamental es darnos permiso (nosotras antes que nadie) de ejercer ese derecho.