Decir "no": asertividad y autoestima

A Jacka, por su genial "No estoy, no quiero, no" que inspiró esta reflexión.
“No”: un monosílabo y, sin embargo, quizá sea la palabra que más trabajo nos cuesta articular de manera aislada. Responder negativamente a una petición es algo que con frecuencia nos causa sentimientos de culpa, a pesar de que esta capacidad para negarnos a hacer lo que no queremos constituye una de las cuestiones fundamentales en el terreno de las relaciones humanas y, en específico, de la llamada asertividad. Ser asertivos es una habilidad social esencial para todas las facetas de nuestra vida que consiste en expresar pensamientos, sentimientos y creencias propias, asumiendo las consecuencias (positivas o negativas) de los mismos y teniendo en cuenta los de los demás. El principio que subyace a la asertividad es el respeto hacia uno mismo seguido, por supuesto, del respeto al resto de las personas. Pero hay que aclarar que, en este caso, el orden de los factores sí altera el resultado obtenido y es que, si bien se insiste en la empatía y la necesidad de no ser insensibles antes las necesidades de nuestros interlocutores, lo más importante es poner por delante nuestros propios deseos. Es justamente esto último lo que nos dificulta la tarea de decir “no” cuando debemos hacerlo. Nuestras sociedades occidentales son, por decirlo de algún modo, afirmativas; en ellas se sobrevalora la disposición a servir a los demás por encima de nuestros deseos y se asocia la negación con el egoísmo, incluso cuando de ella depende en gran medida el mantenimiento de una sana autoestima. En lo que atañe a la educación femenina, el asunto se vuelve verdaderamente complicado y es que en las sociedades de tipo patriarcal se espera la sumisión de las mujeres. En el mejor de los casos, que no en todos lamentablemente, ésta condición subordinada ya no se expresa en la evidente violencia del maltrato físico, pero ello no quiere decir que esté ausente del todo; pervive de forma velada entre otras cosas mediante la asignación de ciertas características al “ser femenino” como la ausencia de agresividad y enojo, así como en la eterna disposición de servir a los demás antes que a sí mismas. Las enseñanzas trasmitidas obstaculizan a las mujeres para ser asertivas; decir claramente lo que sienten y quieren es toda una hazaña cuando sus sentimientos o deseos no coinciden con lo que de ellas se espera. Una chica capaz de asestar un “no” contundente y aislado de mayores explicaciones que lo justifiquen, será pronto calificada de rebelde, egoísta y agresiva, sin importar que su negativa sea justa para con ella misma y que, inclusive, se trate de la respuesta más adecuada ante peticiones francamente abusivas. En el centro de varios de los males sociales más frecuentes, como la codependencia y los distintos tipos de acoso, está precisamente la imposibilidad de decir “no” sin sentir que ello nos hace malas personas. Negarnos a lo que no deseamos o consideramos adecuado para nuestro propio bienestar no es ser egoísta, es un derecho de todos y todas; nadie está obligado a acceder, siempre y bajo cualquier circunstancia, a lo que los demás esperan, sobre todo cuando esa expectativa entraña para nosotros malestar o peligro de cualquier naturaleza. Entre la sumisión y la agresión hay un punto intermedio: la asertividad, habilidad que nos permite ubicarnos de manera autónoma, queriéndonos y respetándonos, sin pasar por encima de lo que sienten los otros. Tan es imprescindible aprender a decir “no” cuando hay que decirlo y tanto se nos hace algo increíblemente complicado hacerlo, que hasta existen técnicas sugeridas por los psicólogos para aprender a negarnos y salvaguardar de ese modo la salud emocional y psíquica. Por ejemplo, se propone “el disco rayado” (repetir una y otra vez nuestros argumentos sin violentarnos, evitando que nos convenzan de lo contrario), “el banco de niebla” (escuchar y dar la razón a lo dicho por el otro, sin dejar que sus palabras nos lleguen profundamente) y “la contra pregunta” (que hace pensar al interlocutor sobre lo que pide, algo como ¿por qué crees que debería hacerlo?). En realidad no importa cómo nos las arreglemos para decir “no” cuando eso queremos, lo fundamental es darnos permiso (nosotras antes que nadie) de ejercer ese derecho.

3 comentarios:

La neta, la neta... sí me siento mucho por haber inspirado tan maravillosa reflexión (=

NO, nel, nanai... No sé cómo aprendí a decir no sin sentir culpa, todavía a veces se me dificulta y siento la imperiosa necesidad de explicar el porqué de ese no pero lo controlo lo más que puedo.

Me cause mucha gracia la expresión de la gente cuando les plantas el contundente no enfrente: ojos abiertos como platos, silencio expectante y luego la aceptación de mala gana.

Ahora que lo pienso, aprendí a decir no cuando dejó de importarme lo que otros pensaran de mí, cuando decidí que no tenía porqué caerle bien a todo mundo.

Abrazos mi estimada Tania y gracias.

 

Precisamente esta semana me preguntaron si podía trabajar horas extras por otra persona, no pude decir que no y ahora sufro las consecuencias..... la próxima vez que me pregunten habré olvidado el sufrimiento que significaron estas horas extras y volveré a decir que sí.

 

Se me da muy bien decir no, lo que me sacaba de onda era la reacción de los demás. Eso ha cambiado, como que ya se acostumbraron a esto. O no?
Me gustó mucho, mucho, mucho!!