Matrimonios con fecha de caducidad

Según Stephanie Coontz, socióloga estadounidense, hasta hace unos doscientos años, el amor y el matrimonio no eran asuntos que se concibieran juntos; las parejas se unían con la idea de entablar vínculos sociales y políticos que garantizaran la protección financiera y jurídica de la familia que formarían, más que por razones románticas. Es para la década de 1950 que la libre elección en el contrato de matrimonio ocupó un lugar central, en parte gracias a que los Estados empezaron a proveer a sus ciudadanos de algunas garantías sociales (como el derecho a la salud y a la educación) y también porque las mujeres ganaron independencia económica cuando se les permitió insertarse en el mercado laborar. Como bien dice Alejandro Gándara, articulista de El País, la victoria del “amor matrimonial” acabó por hundir a un buen número de parejas que terminaron en divorcio o, peor aún, “aguantando lo inaguantable”. El problema radica en querer institucionalizar los sentimientos. El matrimonio, como unión reconocida social, cultural y jurídicamente entre dos personas, tiene como fin fundamental la fundación del grupo familiar y la protección del mismo; el amor es harina de otro costal y, aunque sin duda implica un compromiso, éste es de otra naturaleza. El resultado de confundir la institución social con el sentir de dos personas es más que evidente: el porcentaje de disoluciones matrimoniales aumenta cada día y las estadísticas sobre violencia doméstica son en verdad alarmantes; parece que el amor complica las cosas cuando se trata de vincularnos con fines exclusivamente jurídicos o monetarios. Sin embargo, lo que en verdad sobra no es el amor y tampoco el matrimonio (adquirir ciertos derechos a partir de un contrato voluntario nunca está de más, sobre todo en lo que toca a la progenie), sino las ideas erróneas que nuestra sociedad alimenta sobre ambas cosas: ni el matrimonio es la garantía de que el amor perdurará porque hemos firmado un contrato, ni el amor es suficiente para que una pareja conviva de manera sana. No es que el amor y el matrimonio estén peleados (aunque hay quien dice que la mejor manera de alejar al primero es sometiéndolo al segundo); pueden coexistir y, de hecho, es lo deseable cuando se tienen hijos en común. Sin embargo, mantenerse casado y enamorado no es una empresa fácil a la que hay que dedicarle tiempo, esfuerzo y pensamiento. La vida no es estática; si constantemente cambian nuestras circunstancias y objetivos individuales, es de esperarse que haya modificaciones igualmente en la pareja; a mi juicio, resulta imprescindible reflexionar en torno a ello cada cierto tiempo si es que queremos ser felices juntos. Una forma de lograr matrimonios comprometidos entre personas realmente dichosas con su relación sería evidenciar socioculturalmente el carácter temporal del matrimonio, poniéndolo a prueba cada cierto tiempo. Matrimonios con fecha de caducidad es la propuesta que lanza en su blog (http://elmismisimochuchelas.blogspot.com/) Jesús Carvajal Raviella, mejor conocido por quienes coincidimos en afectos e ideas con él como Chu. El asunto es sencillo: todo matrimonio sería convenido por ambas partes de manera libre y únicamente por cinco años con la opción de renovarlo en común acuerdo por otro periodo igual cada vez. No hay que asustarse por el futuro de la familia: en la medida en que existe el divorcio, el vínculo matrimonial es de hecho algo susceptible de ser disuelto, pero olvidamos con frecuencia esta posibilidad y nos quedamos inertes, anulando así la opción de dejar de estar donde no queremos y, más grave aún, de reconquistar el amor de nuestro cónyuge. No es una propuesta en contra de casarse, sino a favor de hacerlo por las razones correctas; se trata de salvar las uniones amorosas y el matrimonio en una época en la que las personas tenemos la maravillosa opción de juntarnos por razones más nobles que la de garantizar nuestra economía. Si nos hacemos verdaderamente responsables del cuidado de nuestras relaciones de pareja, evaluar el estado en el que las mismas se encuentran no es algo que deba evitarse. Por el contrario, obligarnos a reflexionar en este sentido es un buen modo de hacer posibles vínculos sanos y duraderos. Asumir lo anterior con todas las de la ley podría traernos muchas ventajas, pero mientras el marco jurídico no nos lo permita, yo sí creo que vale la pena reanudar la conquista de quien convive con nosotros cada cinco años ¿usted qué cree?

2 comentarios:

Wooow, esta increíble, siempre he dicho... EN TUS MANOS ES MEJOR...
Me encanta! GRACIAS...

 

Me gusta la propuesta de la renovación... La idea de juntos hasta que la muerte se aparezca vuelve cómodas a muchas parejas y dan por hecho que el amor siempre estará ahí. Hay que cultivarlo, practicarlo, valorarlo... Pensando que puede concluir un ciclo se invita a cuidarlo más... Te invito a visitar loquebrotadelcuerpo.blogspot.com
Y gracias por la propuesta !!