"No eres tú... soy yo"

Cualquiera que haya tenido una relación amorosa fracasada ha escuchado la frase. “No eres tú, soy yo”, dice uno de los amantes, compungido por ser quien decide el final del vínculo afectivo y temeroso de herir a la otra persona. Después de los treinta, esta expresión suele ser motivo de hilaridad, a los adultos jóvenes nos parece un enunciado que, de entrada, se interpreta como la manera más sencilla de deshacerse de alguien con quien ya no nos sentimos bien. Lo curioso es que, de hecho, en lo que toca a las relaciones humanas de todo tipo, la expresión a la que nos referimos encierra una verdad inalienable: siempre se trata de uno y nunca de los demás. En efecto, no eres tú, soy yo. No eres tú quien me enfada con tu forma de ser, es mi incapacidad para comprender y aceptar esas características o, simplemente, mi elección (válida, por cierto) de no querer estar con alguien que actúa de un modo que no me gusta.

Entender la sabiduría vertida en la célebre máxima de la que tanto nos reímos, puede brindarnos herramientas sumamente eficaces para resolver los conflictos que tenemos con los demás y, más importante aún, con nosotros mismos. Saber que la responsabilidad de cada palabra y acción en nuestras vidas nos pertenecen por completo es algo que blinda la autoestima, protegiéndonos de la violencia emocional y psicológica y, seguramente, ahorrándonos un buen tiempo de depresión y ansiedad sin sentido.

Lo anterior es cierto para cualquier tipo de relación afectiva, pero sin duda es más fácil ejemplificarlo con las que se entablan en busca de una pareja. Suponga que un par de personas se encuentran en una situación de ruptura sentimental, uno de ellos, el que usted prefiera, pronuncia la multicitada frase y se va. El que ha decidido el final del vínculo amoroso probablemente esté convencido de que esa era la forma menos compleja de hacer lo que deseaba (resulta muy engorroso explicarle a alguien que hay cosas que nos desagradan, sobre todo cuando las mismas tienen que ver con quién se es), pero que, en realidad, sí era por el otro y no por él. Por su parte, el que ha sido “abandonado” se quedará pensando que le han mentido y que, digan lo que digan, el “error” lo ha cometido él y no su, desde ahora, excompañero. La perspectiva de ambos sujetos está marcada por lo que podríamos calificar como una suerte de “mal hábito” amoroso: la búsqueda a toda costa por ser víctimas y no victimarios.

Se nos enseña desde niños que hay que “ser buenos” sin definir realmente el contenido de la frase; pareciera que la bondad es algo que debe alcanzar a todos los que nos rodean, pasando de largo cuando se trata de nosotros mismos. Sin duda es ético evitar en la medida de lo posible lastimar a los demás, pero de eso a no poder tomar decisiones en favor de nuestro propio bienestar sólo porque no deseamos dañar a los otros, hay un gran trecho. Hay que ser buenos, sí, pero empezando con nosotros mismos. Las tácticas mediante las cuales procuramos, por encima de todas las cosas, no ser “el malo del cuento” tienen como objetivo eximirnos de la responsabilidad (lo que a simple vista resulta agradable o, por lo menos, motivo de “alivio”… temporal).

El problema es que, en la medida en que lo que sucede “no tiene que ver con nosotros”, tampoco la solución radicará en nuestro ámbito individual. A la larga, sentirnos “víctimas” nos quita la capacidad para vivir felices. Es cierto, hay circunstancias en las que, sin lugar a dudas se es una víctima (piénsese, por ejemplo, en situaciones de guerra). Pero incluso la superación de las secuelas emocionales y psicológicas dejadas por situaciones extremas, requiere de que la persona abandone decididamente el papel que se le ha asignado para volverse responsable del camino que seguirá recorriendo: no puede cambiar lo sucedido, pero sí depende de él cómo eso afectará el resto de su existencia.

Es fundamental comprender que, frente a cualquier evento de nuestras vidas, la última palabra siempre la tenemos nosotros porque, al fin y al cabo, se trata precisamente de nuestra (y subrayo el pronombre posesivo) existencia. Aunque parezca cruel, los demás no nos hacen cosas, sólo hacen cosas y están en su derecho a hacerlas (así nos parezcan incorrectas). Como dice una buena y sabia amiga, no hay víctimas, nomás voluntarios. Para ambos miembros de la pareja que supusimos, lo mejor sería verdaderamente asumir la frase “no eres tú, soy yo” para centrarse responsablemente en lo que a cada uno corresponde. De este modo, ninguno será la víctima resignada al fracaso y sus consecuencias, pero tampoco, como se cree, serán victimarios, al menos no de la actitud pasiva que destruye la autoestima y nulifica el auto respeto.

3 comentarios:

Es que en verdad la frase es real... Creo que algunas mujeres haciendo incapìe en "chotear" el "pretexto" hicieron de esa frase solo eso... Un pretexto que en realidad no lo es!
No eres tu, soy yo! OBVIO jajaja que buen post!

 

es totalmente cierta ... en algunas ocasiones ...

 

la frase es totalmente verdadera ... a veces.