¡Abraza un árbol!

En su blog, un querido amigo, verdadero apasionado de las plantas, escribió que éstas son los seres vivos más pacíficos del planeta. Tiene razón: el reino vegetal está prácticamente exento de depredadores que acaben con la vida de sus congéneres. Cuidar de las plantas nos trae muchos más beneficios de los que solemos imaginar: además de purificar el aire de nuestro entorno (transformando el bióxido de carbono en oxígeno) nos ayudan a equilibrarnos emocional y psicológicamente, lo que no es decir poco, pues si lo piensa bien, de este balance depende en gran medida nuestra supervivencia y la felicidad. Las plantas son los seres que mejor nos muestran el milagro de la vida. Quien ha visto crecer un jacinto, por ejemplo, sabe muy bien a lo que me refiero: la maravilla de observar cómo van saliendo raíces que se aferran a la existencia y la manera en que éstas van nutriendo al bulbo para que las hojas se desarrollen, hasta que un día emergen las flores y llenan la habitación de un olor inconfundiblemente hermoso. Sin duda, tener plantas a nuestro cuidado es terapéutico, procurarlas con atención nos permite una suerte de meditación activa que nunca está de más para tranquilizar los ánimos en este mundo que va tan de prisa. De todas las plantas, los árboles son los más espectaculares, los que nos proveen de humedad y buen aire. Incluso, aunque muchas veces no los notemos cuando caminamos por las calles, siempre se va más relajado por una acera sembrada de estos gigantes verdes que por sitios donde no hay más que pavimento. Desde tiempos antiguos, los árboles han sido venerados, en muchas culturas se les considera mágicos y sagrados. Tal es el caso del árbol del Tule en Oaxaca o de los, ahora célebres en poemas, Baobaos. De la Ceiba, entre los mayas se cuenta que en el inicio de la creación había una sagrada, tan grande que unía los tres niveles del mundo: el inframundo, el universo humano y la esfera celeste, siendo para los pueblos mesoamericanos hasta la fecha el árbol de la salud, el amor y la fertilidad. Dicen que quien es capaz de hablar con un árbol puede ahorrarse las consultas con el psiconalista; no es tan raro en realidad, si necesitamos ponernos menos místicos y más científicos, es fácil concluir que las personas que se dan el tiempo para reflexionar sobre lo que les sucede (en este caso, mientras se lo dicen a su árbol preferido) gozan de mejor salud mental. Abrazarse a los árboles es también un hábito que se tiene en muchos pueblos desde tiempos lejanos: se cree que al hacerlo dejamos nuestras preocupaciones en su tronco y que su energía nos fortalece espiritualmente. No faltan los que le asignan propiedades específicas a cada una de las especies arbóreas: abrazarse a un pino ayuda, según afirman los entendidos en el tema, a superar crisis asmáticas y problemas respiratorios en general; el Encino brinda lucidez mental; el cerezo influye en los órganos sexuales; el Abedul quita la angustia y evita la depresión y el Sauco fortalece el hígado. Lo que es un hecho es que abrazarse a un árbol es un acto que tranquiliza, brinda serenidad y nos devuelve al mundo cotidiano con mucha más calma. Abrazar es en sí mismo un acto de amor y empatía que combate la sensación de estar solos, activa la creatividad y nos comunica con la intuición. Si el objeto de nuestro abrazo es un árbol, lo que hacemos es relacionarnos con la naturaleza a la que también nosotros pertenecemos (aun cuando este hecho se nos olvida frente al exceso de civilización) y eso nunca puede estar mal. Así que, cuando vaya por la calle de prisa y nervioso, tómese un minuto y abrace el primer árbol que vea, sino lo cura la acción como tal, le aseguro que al menos dejará de pensar en lo que le está abrumando y, en una de esas, esbozará más de una sonrisa cuando recuerde lo que acaba de hacer. ¡Eso le cambia el ánimo a cualquiera!

1 comentarios:

Woooow, las palabras en tus manos son mejores! no vi una descripción mas linda hacia nuestros hermanos los arboles!