Amar con límites

El amor no tiene límites, pero lo que negociamos en el contexto de un vínculo con otra persona sí debe tenerlos. De hecho, la realidad es que sin esas fronteras el amor bien entendido no tiene la más mínima posibilidad de desarrollarse y muy probablemente lo que obtengan quienes le apuesten a ese “vivir intensamente” sea una poderosa mezcla de malos entendidos que, de no tener cuidado, terminarán por convertirse en sufrimiento y maltrato. Para los defensores de la media naranja, ejercer el amor cuidando nuestro bienestar personal es una idea abominable y sin duda puede llegar a serlo cuando llevamos la cautela a tal extremo que nos impedimos la experiencia misma de compartir con otra persona la vida. Sin embargo, no se trata de calcular fríamente el futuro (que además, como todos los mañanas, es incierto) ni mucho menos de evitar a toda costa el cúmulo de emociones maravillosas que trae consigo enamorarse. Aquí el asunto es aprender a amar de verdad, sin renunciar a lo que somos y, por tanto, sin dejar que lo que sentimos por otra persona se convierta en el motivo para perdernos el respeto y el cariño que nos debemos a nosotros mismos. A veces, casi de manera inevitable, el anhelo por que una relación de pareja “funcione”, nos conduce a ir aceptando cosas que atentan contra la autoestima: perdemos la dignidad con facilidad, dejamos que el miedo al abandono nos avasalle y entonces es cuando podemos caer en la tentación de ceder nuestra libertad y dejar las riendas de nuestra existencia en manos de quien, por mucho que nos quiera, no sabrá qué hacer con ellas. De estar con la persona equivocada, esta situación fácilmente se tornará en una relación de dependencia emocional, contexto ideal para el surgimiento de la violencia en todas sus formas. Pensar el amor es en cierto modo una contradicción. No obstante, amar con un mínimo de racionalidad es lo indicado, puesto que finalmente los seres humanos dirigimos nuestros sentimientos con la cabeza y no, aunque para efectos poéticos nos sirva, con el corazón. Sí, es importante dejarse llevar y disfrutar la relación con una pareja, pero siempre cuidando no transgredir ciertos límites que, a pesar de parecer paradójico, atentan contra el amor mismo. No es raro que los seres humanos de hoy nos coloquemos en los extremos cuando de relaciones de pareja se trata: vivimos en un mundo que, por un lado privilegia el consumo desmedido y, por el otro, nos convoca a ceder cuanto tenemos en nombre de un ideal afectivo y emocional que la obtención de bienes no logra brindarnos. Por eso es que la mayoría de las personas opta, cuando se involucra con los demás de manera amorosa, ya sea por evitar cualquier tipo de compromiso (si no te expones, no sales lastimado) o por intentar infructuosamente llenar sus vacíos mediante el contacto con alguien más. Ambas cosas se reducen a actitudes utilitarias, donde usamos a los otros para nuestra satisfacción personal: o nos proveen placer por un tiempo o los hacemos responsables de nosotros. El conflicto inicia justamente en la idea errónea de que alguien más puede complementarnos, cuando en verdad el estado de bienestar personal es una tarea exclusivamente individual. Para comprender esto hay que dejar de confundir esa sobredosis de químicos cerebrales que es el enamoramiento, con el amor. Nuestra sociedad, complaciente y consumista, ha privilegiado el estado de casi indefensión en el que nos pone uno de los impulsos biológicos más poderosos del ser humano (el de la reproducción), por encima del sentido existencial que nos es imprescindible para vivir emocional y psicológicamente sanos (el de la pertenencia y la solidaridad). Hay múltiples diferencias entre los conceptos arriba mencionados. Para empezar, es fundamental saber que el enamoramiento, en tanto fenómeno biológico, existe de manera instintiva como una forma de garantizar la permanencia de la especie. En este sentido, enamorarse es maravilloso, no sólo por las sensaciones de bienestar y euforia que gozamos enormemente, sino porque nos empuja a cumplir con el plan de supervivencia colectiva. Por su naturaleza, el estado de enamoramiento nos asalta, es algo que se dispara más allá de nuestro consentimiento, no pasa por el acto humano de pensar, razón por la cual nos atrae irremediablemente y nos hace inmensamente felices… por un rato. El enamoramiento es resultado del encuentro de seres genéticamente compatibles. Sin duda hay que vivirlo y sobre todo gozarlo, pero teniendo claro que será temporal y que de ninguna manera puede, por sí mismo, transformarse en un sustento adecuado para generar vínculos afectivos sólidos y benéficos. Que quede claro, no afirmo que este enamorarse no sea el mejor principio, al menos el más placentero, de una relación amorosa. Lo que digo es que el amor no aparece por arte de magia, depende de la capacidad que tengamos los individuos involucrados para construir un vínculo fuerte que sobreviva al paso del tiempo, cuando las sensaciones del enamoramiento se desvanecen. Para ello, sin duda la condición ineludible es saber mantener nuestra propia vida como algo valioso dentro de una relación, sin fundirnos en el otro de manera simbiótica y eso sólo es posible cuando se ama con límites, ¿cuáles?: aquellos que nos posibilitan seguir creciendo comos seres humanos y amar a otro desde la libertad y la completud, sabiendo que compartir no es lo mismo que ceder.

2 comentarios:

uy lindo srita Tania! :)

 

Muy lindo Srita. Tania :)