Los valores del circo: el arte de aprender a volar

A Boneca que siempre ha tenido alas y a Yenué y Emmanuel quienes, con toda paciencia, intentan regalarme un par de ellas tres veces por semana. Hace unas semanas, Federico Serrano Díaz, director de difusión del Circo Atayde Hermanos, explicaba a un periodista que la costumbre de denostar a los políticos de nuestro país equiparando sus malas acciones con las artes circenses constituía un error que denotaba ignorancia sobre lo que estas últimas son. En efecto, como bien apuntó Serrano en su misiva, el circo es un “arte escénico ancestral y vivo, esencialmente democrático”, lejano sin duda del comportamiento de los malos servidores públicos que carecen de las características indispensables para ser artistas: disciplina, rigor, concentración, valoración del esfuerzo individual y colectivo, etcétera. En la carta recibida por el periodista y publicada por él mismo como muestra de la humildad con la que recibió el reclamo, Serrano cita lo dicho en torno al circo por personas tan ilustres como Ernest Hemingway (“El circo es el único espectáculo que conozco que mientras se mira, proporciona la sensación de vivir en un sueño feliz”), Máximo Gorky (“No sé exactamente lo que el circo me ha dado, excepto que vi gente arriesgando sus vidas con una gracia y una elegancia infinitas para entretener a sus semejantes; y eso me parece más que suficiente”) o Henry Miller (“El circo es una pequeña arena cerrada que nos envuelve en el olvido; por un momento nos permite salir de nosotros mismos para fundirnos en un mundo de gozo y maravilla que nos conduce al corazón de un universo misterioso”). Todos lo sabemos, el circo es fuente de felicidad para quienes miran el grandioso espectáculo que montan sus artistas, pero no me parece descabellado asegurar que lo es aún más para quienes viven de “hacer malabares”. Estas artes tienen un extraordinario poder sanador que, para nuestra fortuna, está siendo socializado en México por algunos de sus practicantes. En talleres, cursos y escuelas, estos artistas se esfuerzan por ayudar a que personas sin experiencia en dichas cuestiones logren hacer contorsiones o ejercicios de equilibrismo. Sin embargo, su labor va mucho más allá del simple entrenamiento físico, pues con el desafío que implica intentar pararse de manos o escalar una tela sin más apoyo que uno mismo, se ejercitan cuestiones de vital importancia para los seres humanos, como la voluntad y la confianza (si no es que la fe, en nosotros y en los demás). Su valor es de tal envergadura que incluso algunas organizaciones no gubernamentales han apostado a las artes circenses como un recurso efectivo para la integración social; en entrevistas contenidas en las páginas web referidas al final del texto, los representantes de estos grupo aseguran que mediante ellas es posible estimular la libertad y creatividad de los jóvenes, poniendo énfasis en la tenacidad y la disciplina, de modo que “los adolescentes en situación de riesgo se desarrollen, se expresen y formen, a partir de su contexto, un nuevo tipo de relaciones consigo mismos, con su familia, sus amigos, su comunidad y el patrimonio cultural”. Se trata, pues, no de formar nuevos artistas, sino mejores seres humanos, dignos, fuertes, con sentido de los demás, honestos y felices. Sin duda con estas acciones los artistas circenses de México están haciendo por nuestro país mucho más que los políticos: ellos sí han abierto espacios constructivos para los jóvenes donde se viven de manera palpable y cotidiana los valores que nos permiten estar emocionalmente sanos y, por tanto, conformar sociedades más justas y mejores. Dejemos pues los discursos en manos de quienes los usan para ganar posiciones que les darán poder y dinero; concentrémonos en conocer las alternativas que nos ofrecen los verdaderos cirqueros para realmente aprender a volar. Yo les propongo un desafío menos difícil que caminar por la cuerda floja: ¿qué tal si esta vez inscribe a su hijo en un taller para hacerse equilibrista, en lugar de pagarle las clases de spinning? O ¿qué le parece si celebra cuando su nieto le diga que quiere estudiar para “andar en zancos”? ¡Alégrese! ¡Él o ella sí piensan en mejorar el mundo y no en sentarse en una curul para hacerle daño a nuestro país!