¿Bondad o codependencia?

En el debate que derivó en la aprobación de las leyes mediante las cuales se ha prohibido fumar en sitios públicos cerrados, la mayor parte de los argumentos que se empleaban tenían que ver con los derechos de quienes, sin ser adictos a la nicotina, son afectados por encontrarse cerca de personas que están fumando. Algo similar pasa con los allegados de quienes tienen otro tipo de adicciones, principalmente al alcohol, sólo que en estos casos las repercusiones son emocionales más que físicas, quizá por ello es que no les hemos dado la atención que, a mi juicio, merecen. De esto trata la codependencia, otra de las afecciones “modernas” de nuestra sociedad. En esta ocasión, las navegaciones por Internet me han permitido conocer de manera muy positiva sobre algo que es frecuente en la actualidad y de lo que poco se habla. En efecto, es en la RED donde los grupos dedicados a ayudar a los codependientes han logrado abrir espacios informativos y opciones reales de difusión. Según algunas de estas páginas, la codependencia se define como el ciclo de patrones de conducta y pensamientos disfuncionales que producen dolor y que se repiten de manera compulsiva, como respuesta a una relación enferma y alienante con un adicto activo o en una situación de toxicidad relacional. Se trata de una enfermedad emocional que es adquirida por quienes se encuentran en estrecho contacto con alguien que sufre alguna adicción (padres, hijos o cónyuges) y que, de manera indirecta, acaban siendo presas de la misma sustancia consumida por sus familiares quienes, aún no siendo consumidores, dedican la mayor parte de su tiempo a pensar en el adicto y en las consecuencias de su padecer; se pasan la vida angustiados, frustrados por no encontrar el modo de cambiar la conducta de quien ocupa sus pensamientos e imaginando los peores escenarios. ¿Le suena familiar? Entonces, probablemente usted sea codependiente. Los síntomas de la codependencia están íntimamente relacionados con los efectos de la depresión y la ansiedad que causa una situación estresante (disminución del apetito sexual, congelamiento emocional, conductas compulsivas, auto imagen negativa, dependencia de la aprobación externa, malestares gástricos, dolores de cabeza y espalda crónicos, etcétera), pero lo que distingue a las personas que padecen codependencia de quienes sufren otras condiciones es la necesidad obsesiva por controlar la conducta de los otros de la que, además, se sienten enteramente responsables. Hasta aquí, parecería que si estamos lejos de alcohólicos y drogadictos activos nos encontramos a salvo de la codependencia. Sin embargo, lo preocupante es que esta condición afecta a un porcentaje de la población enorme, puesto que nuestra cultura fomenta dramáticamente la dependencia emocional, sustento de la codependencia y de otros males de la modernidad como el narcisismo. Si respondemos a las preguntas de los cuestionarios que circulan en la Internet con el fin de autoevaluarse frente a este problema, casi podríamos asegurar que todos nosotros somos o hemos sido en algún momento de nuestras vidas codependientes en distintos grados. Por ejemplo, ¿usted cree y siente que es responsable de los sentimientos, acciones, deseos, necesidades o el bienestar de la gente que le rodea?, ¿se siente instintivamente impulsado a ayudar a otras personas, aún cuando no le han solicitado que lo haga?, ¿dice que sí cuando quería decir que no?, ¿hace cosas para otras personas que ellos podrían hacer por sí mismos y luego se siente resentido y víctima de la situación?, ¿se siente aburrido, vacío o sin valor cuando no hay una crisis en su vida o alguien a quién ayudar?, ¿cree que alguien más que usted mismo es responsable de hacerlo feliz?, ¿cuándo antepone sus necesidades a las de alguien más se siente culpable?, ¿está esperando que alguien cambie porque cree que sólo de ese modo usted podrá ser feliz? Si respondió que sí a alguno de los anteriores cuestionamientos, o a cualquiera de los que puede encontrar en las páginas referidas al final de este texto, valdría la pena que se informara sobre la codependencia. Aunque esta condición no es propia del género femenino, no cabe duda que en nuestra sociedad, patriarcal y con altos índices de machismo todavía, las mujeres son más susceptibles a ella. Esto no debería sorprendernos, puesto que durante muchísimo tiempo lo que hoy en día empieza a considerarse como un problema fue visto como una cualidad intrínseca y, por supuesto, más que deseable para las mujeres: la bondad. Así es, en nuestra sociedad, las mujeres somos educadas desde niñas para ser “buenas”, otorgando un contenido a este concepto que está lejos de la salud mental y asociándolo a la imposición del rol como “cuidadoras”: madres abnegadas que sacrifican sus sueños y ambiciones en nombre de los caprichos más absurdos de sus hijos; esposas siempre dispuestas a “atender” a sus maridos “a cuerpo de rey”, no como elección (que si así fuera sería sin duda válida) sino como un “deber”; hermanas que, sólo por ser mujeres, son designadas para servir la comida y lavar la ropa de los varones de la casa, amigas siempre dispuestas a “dejarlo todo” para escuchar y consolar a quien lo necesita, etcétera. La codependencia es propia de personas que no saber decir que no, que evitan mostrar enojo ante el abuso de los demás y que se pasan la vida intentando resolver los problemas de sus allegados en lugar de dedicar tiempo a hacer cosas destinadas a su bienestar físico, emocional y psicológico. Estoy segura que muchas mujeres se sentirán identificadas con estas situaciones. Lo sabemos bien, la negativa de una chica ante el pedido de un favor es considerada descortés, mucho más que si se tratara de la de un hombre; cuando una mujer se inconforma frente a una situación injusta para ella, no es raro que se le califique de histérica y de tener mal carácter. Y es que, como hemos dicho, la codependencia es muchas veces confundida con la bondad, incluso por quienes la sufren: ¿qué tiene de malo preocuparse por el bienestar de nuestros seres queridos?, ¿por qué se juzga de mala manera a las mujeres que se desviven por “cargar la cruz que les ha tocado”?, ¿por qué se dice que están enfermas, si lo único que hacen es sufrir con sus hijos, maridos, hermanos o nietos, las adicciones de éstos? Sin embargo, auque así nos lo han hecho creer, la codependencia en realidad no tiene nada que ver con ser buena madre, esposa, amiga, hermana o hija. De hecho, ser una buena persona es imposible cuando no se empieza por serlo con uno mismo y, justamente, ser codependiente implica violentar de manera grave y constante a quien debería ser protagonista de nuestras historias vitales: nosotros. Esto no es una alabanza al egoísmo, porque aprender a querernos y a respetarnos es requisito ineludible para llevar una vida sana en todos los sentidos y, paradójicamente, para poder ayudar realmente a los demás. Sí, la codependencia nos limita e impide que seamos gente generosa y solidaria de verdad. A pesar de la comparación que hice al inicio de este escrito con los fumadores pasivos, las personas codependientes se encuentran enganchadas en un círculo vicioso del que, aunque duela reconocerlo, participan activamente. Bajo su constante sumisión y actitud de servicio desmedida, se aloja una profunda necesidad de reconocimiento que las vuelve egoístas y controladoras de sus seres más queridos. Incluso, lejos de cooperar para que el adicto se recupere, muchas veces terminan encubriéndolo o abonando con su sobreprotección a que se mantengan las cosas sin cambios porque, de haberlos, ¿a qué dedicarían sus días y sus noches, durante tanto tiempo ocupadas en pensar en la vida del otro? Además, todos los miembros de la familia acaban siendo afectados, no sólo por la adicción de uno de sus integrantes, sino por la codependencia de los demás involucrados. Así, esta enfermedad se va heredando a las próximas generaciones que, aún cuando logren ya no convivir con adictos a sustancias diversas, acaban irremediablemente siendo dependientes emocionales a los que les será sumamente difícil relacionarse de manera sana con los demás. Sólo por estas razones, me parece que vale la pena informarse al respecto y, en caso de descubrirse codependiente, solicitar la ayuda necesaria que por fortuna abunda en Internet. ¿No lo cree usted?