¿Recuerda a Peter Pan, el chico flaco y de medias verdes, rodeado de villanos adultos que le servían de indudable parámetro para confirmar su mayor deseo: nunca crecer? Creado en 1904 por James Barrie, este entrañable personaje se quedó entre nosotros. Lo triste es que no lo ha hecho en forma de dibujo animado o como parte de aquel imaginario mundo de Nunca Jamás, sino en el comportamiento de muchísimos jóvenes que son catalogados por psicólogos y sociólogos como kidults, una extraña mezcla entre kids (niños) y adults (adultos).
Como todos sabemos, la pubertad es el momento en el cual se supone que los seres humanos, entre otras cosas, empezamos a desarrollar las capacidades que nos permitirán ejercer responsablemente nuestra próxima adultez. Sin embargo, cada vez con mayor frecuencia, pasan los años y los hijos que esperábamos ansiosos ver salir de “la edad de la punzada” y de la casa paterna, no se van ni de la una ni de la otra. Los atónitos padres buscan explicaciones y muchas de ellas las encuentran en las difíciles condiciones laborales que la juventud actual tiene que enfrentar si se desea la independencia. En este sentido, algunos especialistas coinciden y aseguran que la prolongación de la adolescencia es, más que una actitud personal, un mecanismo de supervivencia condicionado por aspectos sociales.
Así, el llamado Síndrome de Peter Pan es visto como consecuencia de la falta de oportunidades que los jóvenes enfrentan. Pero, si bien es cierto que las cosas no son fáciles y que pensar en obtener un empleo dentro de lo que hemos estudiado bien pagado es casi una fantasía, también es verdad que la mayor parte de las agencias empleadoras buscan personas dentro del rango de edad al que pertenece la generación de estos niños-adultos. Nos encontramos en realidad ante un problema sumamente complejo en el que confluyen los factores socioculturales con los de índole emocional y psicológica: estamos hablando de gente entre los 20 y 35 años a los que se ha formado de tal manera que, como señalan María Cecilia Escribano y Leonardo Blanco en un artículo para la revista en línea La Nación. Com, son “demasiado grandes para ser adolescentes y con pocas posibilidades de ser adultos”.
Los hijos que no se marchan de casa, dice el psicólogo español Aquilino Polaino-Lorente, han sido educados sin responsabilidades ni exigencias, rodeados lo mismo de mimos que de soledad. Sin duda este síndrome se fomenta con la sobreprotección a la que alude cualquier padre desesperado por entender al hijo que sigue manteniendo luego de tantos años, pero igualmente está relacionado con el abandono. Así es, el exceso de protección se encuentra lejos de constituir un acto generoso por parte de los progenitores que se reconfortan con esta idea y es que, en realidad, la sobreprotección es una carencia sustentada en la falta de contacto con las necesidades verdaderas de los hijos por parte de padres que se centran en su propia necesidad de proteger.
Pero no se trata de repartir culpas que no sirven a nadie, sino de comprender que la generación Peter Pan no ha surgido de la nada; es resultado de las sociedades contemporáneas que han privilegiado el culto al hedonismo y la libertad, esta última mal entendida como falta de límites, por encima de las responsabilidades que ambas partes (jóvenes y adultos) debiéramos tener. Quizá, para complicar más el asunto, incluso nuestra intrusión en la naturaleza, mediante la cual hemos alargado notablemente la esperanza de vida de los sujetos, sea otro de los factores a tomar en cuenta: ¿sería descabellado pensar que, si ahora vivimos por lo menos 80 años, la adolescencia nos esté llegando más tarde?
Hasta ahora no contamos con una respuesta al anterior cuestionamiento, pero lo que sí existe y quizá esto sea lo más lamentable, son estrategias comerciales dirigidas, exitosamente por cierto, a explotar los patrones de consumo de los kidults que han logrado superar las barreras económicas, pero no las emocionales. Para los negociantes que no desean perder lo que consideran como una gran oportunidad para vender, estos jóvenes son descritos como “adultos que cuidan su niño interior”, destinando buenas cantidades de dinero a comprar aparatos tecnológicos o juguetes como los producidos por el fabricante italiano Kidults Games. Pero, aun en estos afortunados casos (en los que los padres respiran aliviados por no tener que mantener a su eterno niño), la generación Peter Pan sigue siendo un grupo de personas que se sienten inseguras y vulnerables ante los retos de la vida. Los empresarios que se benefician de tal situación probablemente no estén interesados en cambiarla, pero nosotros (sobre todo los que formamos parte de esa generación) no podemos darnos el lujo de evitar revertirla, con nosotros mismos y el día en que tengamos hijos.
La Güeris friolenta
Hace 10 meses


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