Se acabaron los tiempos en los que una improvisada luna de miel, organizada “al vapor” para salvar nuestro maltrecho matrimonio, nos cuesta el trabajo por faltas injustificadas. Olvídese de meterse en líos con sus jefes por aceptar la invitación a ir la playa con un grupo de amigos en fechas laborables. Ya no hay necesidad de renunciar a pasar noches enteras en compañía del amante en turno para no poner en riesgo su relación de pareja. Con la llegada de Internet, arribaron también a nuestras vidas cómplices mucho más sagaces que el amigo al que poníamos en aprietos cuando queríamos sostener una mentira.
En la RED abundan las compañías del engaño, empresas dedicadas a elaborar sofisticadas estrategias sólo para que nuestras excusas sean creíbles; con la ayuda de estos “profesionales en el arte de la mentira”, tendremos todo lo necesario para hacer creer, por ejemplo, que estuvimos en sitios que no hemos pisado jamás, que asistimos a reuniones que nunca tuvieron lugar o, incluso, que nos aquejan enfermedades cuyos síntomas nos son del todo ajenos. Se trata de los llamados servicios de coartadas, surgidos en Inglaterra y replicados cada vez con mayor frecuencia en distintos países del mundo, entre los cuales los latinoamericanos se suman rápidamente.
Mediante sus páginas web, empresas como Alibinetwork –la más conocida– ofrecen, entre muchas otras cosas, la entrega de billetes de avión, cartas de invitación a congresos y cursos, llamadas de confirmación (cuidadosamente hechas en los horarios adecuados para que sean contestadas por la víctima del engaño), números telefónicos con todo y recepcionistas que ratifiquen la estancia del cliente en el lugar al que ha dicho que va, certificados de asistencia al supuesto evento y “recuerdos” (cerillos, plumas, tarjetas, carpetas, etcétera, membretados con los sellos necesarios) que, olvidados “al azar”, harán creer al cónyuge más desconfiado que su amor estaba, efectivamente, dedicado cien por ciento a la actualización de sus conocimientos y no en brazos de un rival tomando el sol plácidamente en alguna romántica isla, quizá mientras bebía un daikirí de fresa.
La RED es sin duda el espacio más adecuado para alojar las ofertas de estos negocios, puesto que si el objetivo es que sus clientes no sean descubiertos, la falta de oficinas a las cuales pudieran verlos entrar es una más de las ventajas que se brinda a los consumidores de tan peculiares productos. Lo que se paga (a precios muy accesibles, por cierto) es la posibilidad de engañar, atajando con un buen número de probabilidades de éxito, las consecuencias que normalmente tendrían nuestros actos. Las tácticas que las empresas referidas utilizan para cubrir las espaldas de quienes las contratan son verdaderamente dignas de asombro, algunas podrían incluso calificarse de excéntricas, como la publicación en periódicos de notas sobre el encuentro acordado como fachada, donde el mentiroso aparecerá fotografiado, sonriente y en compañía de unos cuantos “colegas”, o la elaboración de un trofeo obtenido en el falso campeonato al que dijo asistir… y ¡que ganó!
Acorde a nuestros tiempos, estos servicios de excusas y coartadas “a la carta” no son solicitados, como pudiera pensarse, sólo por hombres casados y adúlteros. Existen “paquetes” especialmente diseñados para aquellas mujeres que difícilmente pueden ausentarse de casa sin levantar graves sospechas por parte de sus familiares. ¿Qué tal un curso de cocina gourmet que nos interesa tomar para poder consentir al marido como se merece? Me parece que la mayoría de los hombres no se negarían a que su dulce esposa mejore las artes culinarias que lo harán más felices durante los almuerzos y, en una de esas, ¡hasta acaban pagando las vacaciones de ella y su amante!
La demanda que estas empresas han generado no es poca, de hecho llega a tal número de usuarios que ya se han colapsado algunos de sus sitios de internet, el caso más famoso en este sentido sucedió con una compañía chilena. El asunto parece divertido y quizá no habría que tomárselo tan seriamente. Sin embargo, la mala noticia es que aún no existe una empresa que nos sirva para engañarnos a nosotros mismos. La verdad es que estamos en una sociedad cada vez más abierta, donde es posible entablar relaciones de todo tipo sin seguir los esquemas tradicionales cuando estos no son lo que nos convence. Entonces ¿por qué sigue habiendo necesidad de emplear artilugios para el engaño? Mejor sería dejar de lado la doble moral, ser honestos e involucrarnos con quienes compartan nuestra manera de ver la vida, el amor y el compromiso; al final todo se vale, siempre y cuando no se dañe a nadie.
Habrá quien diga que esta clase de mentira tiene como fundamento precisamente evitar el dolor a las víctimas de nuestros actos transgresores, pero causa más infelicidad mantenerse en una relación donde la verdad no prevalece. Cuando, luego de haber acordado fidelidad, ya no tenemos ganas de cumplir con lo pactado, sería más adecuado enfrentar la realidad y hacer las cosas de tal modo que podamos irnos a donde nos plazca sin tener que idear pretextos; al menos no tendremos que pagar dinero para ello.
En la RED abundan las compañías del engaño, empresas dedicadas a elaborar sofisticadas estrategias sólo para que nuestras excusas sean creíbles; con la ayuda de estos “profesionales en el arte de la mentira”, tendremos todo lo necesario para hacer creer, por ejemplo, que estuvimos en sitios que no hemos pisado jamás, que asistimos a reuniones que nunca tuvieron lugar o, incluso, que nos aquejan enfermedades cuyos síntomas nos son del todo ajenos. Se trata de los llamados servicios de coartadas, surgidos en Inglaterra y replicados cada vez con mayor frecuencia en distintos países del mundo, entre los cuales los latinoamericanos se suman rápidamente.
Mediante sus páginas web, empresas como Alibinetwork –la más conocida– ofrecen, entre muchas otras cosas, la entrega de billetes de avión, cartas de invitación a congresos y cursos, llamadas de confirmación (cuidadosamente hechas en los horarios adecuados para que sean contestadas por la víctima del engaño), números telefónicos con todo y recepcionistas que ratifiquen la estancia del cliente en el lugar al que ha dicho que va, certificados de asistencia al supuesto evento y “recuerdos” (cerillos, plumas, tarjetas, carpetas, etcétera, membretados con los sellos necesarios) que, olvidados “al azar”, harán creer al cónyuge más desconfiado que su amor estaba, efectivamente, dedicado cien por ciento a la actualización de sus conocimientos y no en brazos de un rival tomando el sol plácidamente en alguna romántica isla, quizá mientras bebía un daikirí de fresa.
La RED es sin duda el espacio más adecuado para alojar las ofertas de estos negocios, puesto que si el objetivo es que sus clientes no sean descubiertos, la falta de oficinas a las cuales pudieran verlos entrar es una más de las ventajas que se brinda a los consumidores de tan peculiares productos. Lo que se paga (a precios muy accesibles, por cierto) es la posibilidad de engañar, atajando con un buen número de probabilidades de éxito, las consecuencias que normalmente tendrían nuestros actos. Las tácticas que las empresas referidas utilizan para cubrir las espaldas de quienes las contratan son verdaderamente dignas de asombro, algunas podrían incluso calificarse de excéntricas, como la publicación en periódicos de notas sobre el encuentro acordado como fachada, donde el mentiroso aparecerá fotografiado, sonriente y en compañía de unos cuantos “colegas”, o la elaboración de un trofeo obtenido en el falso campeonato al que dijo asistir… y ¡que ganó!
Acorde a nuestros tiempos, estos servicios de excusas y coartadas “a la carta” no son solicitados, como pudiera pensarse, sólo por hombres casados y adúlteros. Existen “paquetes” especialmente diseñados para aquellas mujeres que difícilmente pueden ausentarse de casa sin levantar graves sospechas por parte de sus familiares. ¿Qué tal un curso de cocina gourmet que nos interesa tomar para poder consentir al marido como se merece? Me parece que la mayoría de los hombres no se negarían a que su dulce esposa mejore las artes culinarias que lo harán más felices durante los almuerzos y, en una de esas, ¡hasta acaban pagando las vacaciones de ella y su amante!
La demanda que estas empresas han generado no es poca, de hecho llega a tal número de usuarios que ya se han colapsado algunos de sus sitios de internet, el caso más famoso en este sentido sucedió con una compañía chilena. El asunto parece divertido y quizá no habría que tomárselo tan seriamente. Sin embargo, la mala noticia es que aún no existe una empresa que nos sirva para engañarnos a nosotros mismos. La verdad es que estamos en una sociedad cada vez más abierta, donde es posible entablar relaciones de todo tipo sin seguir los esquemas tradicionales cuando estos no son lo que nos convence. Entonces ¿por qué sigue habiendo necesidad de emplear artilugios para el engaño? Mejor sería dejar de lado la doble moral, ser honestos e involucrarnos con quienes compartan nuestra manera de ver la vida, el amor y el compromiso; al final todo se vale, siempre y cuando no se dañe a nadie.
Habrá quien diga que esta clase de mentira tiene como fundamento precisamente evitar el dolor a las víctimas de nuestros actos transgresores, pero causa más infelicidad mantenerse en una relación donde la verdad no prevalece. Cuando, luego de haber acordado fidelidad, ya no tenemos ganas de cumplir con lo pactado, sería más adecuado enfrentar la realidad y hacer las cosas de tal modo que podamos irnos a donde nos plazca sin tener que idear pretextos; al menos no tendremos que pagar dinero para ello.


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