Las bondades de llanto


Ayer por la noche, mi padre (un hombre que goza de la sabiduría que los años otorgan a quien ha sabido encontrar las enseñanzas que deja lo adverso), comentó que en uno de mis escritos me faltó hablar de las bondades que tiene el llanto para los seres humanos. Como siempre sucede cuando hablo con él, sus palabras me dejaron pensando; reflexionaba sobre cómo, en efecto, llorar sin límites me ha permitido enfrentar de mejor manera algunas situaciones difíciles y sumamente dolorosas (las cuales, he de decirlo, por fortuna son escasas en mi vida).

Así es, si hay algo que agradezco profundamente es la capacidad que tengo para llorar sin avergonzarme y en cualquier lugar donde las lágrimas me asalten, consejo tomado de una terapeuta que defendía con vehemencia el derecho a sentir y expresar emociones sin censura. Todos hemos escuchado que llorar es bueno. Sin embargo, pocos sabemos que las lágrimas vertidas como resultado de un sentimiento son, junto con la risa, de las pocas cosas que diferencian a nuestra especie del resto de los animales.

Por los estudios que al respecto se han hecho, es posible considerar que, más allá de las funciones meramente orgánicas del lagrimeo (compartido con los mamíferos en general), el llanto sirve a las personas para liberar emociones que, de otro modo, podrían ser devastadoras física y psicológicamente. De este modo, llorar es una suerte de mecanismo protector con el que naturalmente contamos para preservar nuestra psique y nuestro cuerpo, haciendo frente, e incluso evitando, la aparición de diversas enfermedades.

John Hopkins, por ejemplo, encontró relación entre la mala costumbre de contener el llanto y la presencia de trastornos generados por estrés (como la úlcera intestinal y el asma); así mismo, este investigador estadounidense halló que los individuos que no manifiestan libremente sus sentimientos son más propensos a sufrir cáncer que las personas extrovertidas. Otros estudios han revelado que el sistema inmunológico (que nos protege de las enfermedades) sufre graves alteraciones cuando no se expresan las sensaciones de angustia y dolor emocional. No llorar ante situaciones de gran tensión puede provocar en las personas el desarrollo de depresiones profundas, procesos mentales distorsionados y la aparición de ataques de ansiedad o de pánico, todos claros indicadores de que se están reprimiendo sentimientos sumamente destructivos como la rabia.

Un dato curioso sobre el llanto nos lo ofrece el doctor Juan Murube. Este oftalmólogo español interesado en el tema, aplicó una encuesta entre los estudiantes de la Universidad de Alcalá de Henares, encontrando que hay al menos 465 emociones distintas por las cuales un ser humano puede llorar; según el estudio referido, las más comunes son la admiración, la aflicción, la ira, la angustia, la ansiedad, la aprehensión, la confusión y el arrepentimiento. De la clasificación de tales sentimientos, se hizo una división en dos tipos: las lágrimas vertidas con el fin de pedir ayuda y aquellas que tienen como objetivo la expresión del algún tipo de solidaridad. Lo interesante de este trabajo es que, contrario a lo que supondríamos, es mucho más frecuente llorar como señal de apoyo y empatía ante el sufrimiento o las victorias de los demás, que hacerlo por situaciones negativas e individuales. El dato anterior sin duda habla bien de nuestras sociedades, pues en ellas aparentemente todavía ocupa un lugar de importancia el sentido de colectividad.

Por el contrario, conocer las estadísticas en cuanto a la frecuencia con la que lloran hombres y mujeres debiera alarmarnos, ya que a los primeros se les ha sometido culturalmente, evitando que expresen su dolor o frustración de la manera más sana y natural (que es llorar), fomentando con ello las salidas emocionales destructivas que derivan en neurosis y actos violentos. Es así que llorar es mucho mejor de lo que hemos imaginado: evita enfermedades, permite que sobrellevemos situaciones dolorosas de mejor manera sin perder la razón y expresa mucho más que únicamente la necesidad de apoyo ante eventos que nos hacen infelices. La gratitud y el afecto no tienen una expresión más profunda y sublime que el llanto honesto.

Por eso me alegra saber llorar y me siento feliz, aunque solidariamente también lloro, cuando mi padre confiesa que le brotan copiosamente las lágrimas viendo crecer a mis hermanos pequeños. No es para menos, aquilatar la magnitud del privilegio que es vivir, de las oportunidades que la existencia nos ofrece siempre (a pesar de los errores cometidos) y de las enseñanzas que los niños nos dejan sólo con su entusiasmo, es una más de las buenas razones que existen para llorar. No se trata de vivir con los ojos arrasados pero, así como celebramos la risa, deberíamos respetar y valorar las lágrimas, pues también son curativas. Dicen que los buenos amigos son aquellos que te hacen reír con pequeñas mentiras y llorar con grandes verdades; mucha gente acompaña nuestras carcajadas con las suyas, pero sólo quien en verdad te quiere llorará contigo.