Empleadas domésticas y amas de casa: la fuerza laboral silenciosa

En nuestro país, alrededor de dos millones de mujeres trabajan como empleadas domésticas; de éstas el noventa y seis por ciento lo hacen sin contar con ningún tipo de prestación social. Según datos obtenidos por el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal, las asistentas del hogar suelen iniciarse como tales entre los trece y catorce años de edad; hasta los sesenta es muy probable que sigan trabajando sin tener atención médica, vacaciones o planes de jubilación y, en muchas ocasiones, sufriendo explotación y acoso sexual, lejos de sus lugares de origen y vulnerables ante la falta de redes sociales. Un buen número de las asistentas del hogar laboran “de planta” en las casas de quienes las contratan, razón por la cual sus jornadas rebasan por mucho las ocho horas reglamentarias y lo frecuente es que sólo gocen de un día de descanso a la semana. Pero la situación no es mejor en el caso de aquellas que están “de entrada por salida”, pues al término de sus labores seguramente tendrán que hacer lo propio en su vivienda y atender a la familia que les espera. Los datos antes citados indican el poco valor que se otorga al trabajo referido, aún cuando se trate de un empleo más o menos regulado. Ni qué decir de lo que sucede con las amas de casa quienes no obtienen remuneración alguna por lavar, planchar, cocinar, cuidar enfermos, atender a niños y ancianos, coser, trapear, barrer, sacudir, aspirar, limpiar vidrios, hacer composturas diversas y un interminable etcétera. Mucho menos son reconocidas las dobles o triples jornadas que cumplen aquellas mujeres que trabajan fuera y dentro del hogar. Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), anualmente las féminas usamos un millón setecientos mil horas en tareas domésticas, por las cuales no se nos paga absolutamente nada. Si las amas de casa recibieran un sueldo por las tareas cotidianas realizadas en su hogar y para con los integrantes de su familia, ellas deberían estar percibiendo un aproximado de treinta y tres mil pesos mensuales. Dicho sea de paso que tal salario sigue estando por debajo del ingreso de muchos legisladores que trabajan muchísimo menos, puesto que las mujeres dedican aproximadamente siete horas diarias de lunes a viernes (y el doble durante el fin de semana) exclusivamente al cuidado y mantenimiento de la familia. Más allá de las reivindicaciones de tipo feministas, hay que decir que el trabajo doméstico aporta de manera sumamente importante a la economía de las naciones. En México, por ejemplo, un estudio realizado durante el 2002 concluyó que casi el veintidós por ciento del Producto Interno Bruto del país correspondía a las labores hechas por amas de casa. De este modo, no cabe duda que la invisibilidad del trabajo en casa es una verdadera injusticia, no sólo porque se ha hecho de él algo casi exclusivamente femenino (sin que exista una buena razón para ello), sino porque nadie toma en cuenta lo fundamental que éste resulta para los colectivos sociales. Por todo lo anterior, en 1983, en el marco del Segundo Encuentro Feminista y del Caribe celebrado en Perú, el 22 de julio fue declarado como Día Internacional del Trabajo Doméstico. Desde entonces, la fecha elegida ha servido para realizar actividades que fomentan el reconocimiento de las arduas labores que realizan las mujeres fuera del campo laboral socialmente legitimado. Este año, en nuestro país algunas organizaciones procuraron hacer visibles las tareas domésticas de lo que se ha calificado como la fuerza laboral silenciosa. Para ello, se propuso una huelga de brazos caídos, con la que se esperaba fuera evidenciado todo lo que hacen quienes se encargan del hogar en México. Lo malo de tal iniciativa es que, me sospecho, las señoras habrán de realizar en algún momento lo que este día no hicieron, y es que parece muy optimista pensar que el resto de los integrantes de cada familia tomarán conciencia tan rápidamente. De cualquier forma, nunca está de más intentarlo. Todos podemos sumarnos a esta causa repartiéndonos equitativamente las labores del hogar y recordando el 22 de julio como una fecha tan o más importante que nuestro sagrado 10 de mayo; al final, en ambas ocasiones lo que reconoceremos es la importancia de la ardua labor que día con día ocupa a las mujeres ¿o no? .