El sexismo lingüístico: la discriminación hablada

Cada vez son más frecuentes los textos plagados de artículos en masculino y femenino antecediendo una palabra (como los y las jóvenes) o donde se utiliza el mismo vocablo repetido pero con género distinto (los niños y las niñas, por ejemplo). Si bien, en términos literarios esta reciente costumbre resta calidad a lo que escribimos, hay quienes la defienden y argumentan razones de peso para adquirirla como un hábito. El lenguaje refleja el sistema de pensamiento colectivo, es decir a la sociedad que, a su vez, se moldea por los estereotipos afianzados mediante el habla cotidiana. Se tiene un lenguaje sexista cuando el hablante trasmite mensajes que resultan discriminatorios de algún género, ya sea por las palabras que utiliza, por la manera en que estructura las frases o porque el contenido de las ideas expresadas implica prejuicios al respecto. Quienes son activistas contra la discriminación de género hacen hincapié en que la lengua contribuye a elaborar imágenes negativas de las féminas y a perpetuar su situación subordinada en las sociedades patriarcales. Hablamos como pensamos y pensamos como hablamos, un sistema circular que se retroalimenta continuamente en el ejercicio de la socialización y que ha normalizado, con el uso del masculino para nombrar a los colectivos (los hombres en lugar de la humanidad, por ejemplo), la invisibilidad de las mujeres. En efecto, el lenguaje sexista excluye a las mujeres, dificulta su identificación o las asocia a valoraciones peyorativas. El hecho de no nombrar las diferencias supone irrespetar uno de los derechos fundamentales que tenemos: la existencia y representación de nuestra presencia en el lenguaje, siendo éste la base misma de las sociedades a las que nos adscribimos. Así, la lengua no es neutra, indica la naturaleza de las relaciones sociales que entablamos y, cuando es sexista, mantiene en una posición subordinada y desventajosa para las mujeres. Pero ¿qué se entiende por sexismo? Puede calificarse así a todo lo que exalta los logros de un solo género (generalmente esto sucede con el masculino), haciendo invisibles o subordinando a los del otro (casi siempre el femenino). En lo que toca al lenguaje, los errores más frecuentes de este tipo son: 1-la utilización del masculino en plural o del masculino en singular para englobar al conjunto de mujeres y hombres, 2- el uso del artículo masculino en plural seguido de un nombre común para ambos sexos, 3- orden de aparición anteponiendo el masculino a lo femenino, 4-problemas de concordancia y 5- la subordinación del femenino al masculino. Sin duda resulta muy complicado intentar hacer un texto siguiendo todas estas reglas, pero existen algunas guías que ofrecen lo que se ha dado en llamar “opciones libres de sexismo” y que no implican la fastidiosa cacofonía de la repetición de palabras. Por ejemplo, la frase “los mexicanos protestan contra el alza de los precios” puede sustituirse por “la ciudadanía protesta contra el alza de precios”. Algunos otras alternativas son: “profesorado o personal docente” en lugar de “profesores”, “alumnado” a cambio de “alumnos”, “las demás personas” mejor que “los demás”, “humanidad” y no “los hombres”. La palabra crea realidades y determina la manera en que conceptualizamos el mundo y a la humanidad. Este esfuerzo aparentemente vano y sin sentido por transformar el lenguaje, trae consigo la posibilidad de renovar estructuralmente el pensamiento colectivo. Las modificaciones que socioculturalmente pueden lograrse de este modo son verdaderamente necesarias y podrían marcar la diferencia, ya no a nivel de lo que se dice o se escribe, sino de las relaciones humanas. Así, el lenguaje no sexista pretende contribuir a la conformación de sociedades más equitativas, donde la violencia hacia las mujeres deje de tener lugar. Claro está, no basta con que los políticos se refieran a hombres y mujeres alargando sus discursos so pretexto de un enfoque de género: la manera en que hablamos es sólo el principio y lo que más debe importar son las acciones contra la discriminación.