
Pocas veces en la historia se producen tratados en los que se busca conformar teorías que revolucionen la manera en que se ha entendido el mundo y sus quehaceres. Con la especialización en los procesos educativos, estos intentos por explicar la esencia misma de lo que hacemos disminuyen y son en verdad escasas las personas que valientemente se animan a reflexionar de manera profunda para poner por escrito el resultado de su saber. Por otra parte, si hay algo que falta en las ciencias sociales, en las humanidades y en el arte son definiciones claras sobre nuestra labor, mismas que posibilitarían la comprensión cabal de lo que producimos sociólogos, antropólogos, filósofos y artistas, entre muchos otros.
A diferencia de lo que sucede con las llamadas “ciencias duras”, en el ámbito artístico existen una serie de cuestionamientos que, hasta ahora, han sido considerados como irresolubles por sus propios practicantes: ¿qué es el arte?, ¿para qué sirve?, ¿cómo funciona? Jaime Jiménez Cuanalo, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y actualmente director de la Escuela Superior de Artes Visuales en Tijuana, se dio a la tarea de responder las preguntas anteriores en su libro Arsología. Una ciencia del Arte.
Parte de la controversia que este libro empieza a suscitar tiene que ver con un postulado inquietante: según el autor, los seres humanos no somos producto de la evolución biológica, sino de una artificial que, mediante el descubrimiento del arte, nos permitió trascender el estadio de animales con inteligencia muy evolucionada, para transformarnos en los únicos seres capaces de crear. De acuerdo con esta teoría, nuestros antepasados homínidos descubrieron la representación, ganando con ello el poder de la mediatez (distancia emocional, espacial o temporal) que les posibilitó la “invención” de cosas independientes (previo al ser humano sólo había un universo continuo). A partir del proceso antes descrito se desarrollaron el resto de las creaciones humanas (el lenguaje, la razón, la tecnología, la religión, etcétera).
De ser aceptadas sus principales tesis, esta teoría resolvería de manera contundente y quizá definitiva muchas de las preguntas fundamentales que conciernen a otras disciplinas como la Antropología (¿qué es el ser humano y cómo surge?), la Ontología (¿cuál es la esencia del ser?) y la Lingüística (¿cuál es el mecanismo de creación del lenguaje?), entre muchas otras. Así, la Arsología representa para el conocimiento un cambio radical de paradigma, cuyas implicaciones rebasan por mucho el campo del Arte, pues aventura respuestas a cuestiones de tipo existencial: ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿cuál es el sentido de la vida? Dicho sea de paso, la propuesta del autor en este último sentido resta validez a la mezcla de materialismo, posmodernismo y superstición que constituye buena parte del pensamiento contemporáneo, restituyendo así la esperanza de vivir en un mundo mejor, más humano y lleno de significado.
Más allá de ser una lectura obligada para quienes se dedican a todas las disciplinas artísticas (danza, poesía, pintura, música, cine, etcétera), el libro de Jaime Jiménez Cuanalo es de gran importancia porque, por primera vez en la historia registrada, propone un método científico específico para el estudio del Arte. Así mismo, este tratado consigna la segunda ocasión en que se conforma un marco metodológico en lo que al mundo artístico se refiere (el primero fue la Estética, método filosófico creado alrededor de 1790). Además, desde la época de la Grecia Clásica, esta sería la tercera vez que se presenta una Teoría General del Arte en Occidente. Todo esto, producto del rigor académico, la disciplina y el talento de un investigador que ha nacido y fue formado en nuestro país. Muchos motivos para sentirnos orgullosos de esta Teoría del Arte hecha en México ¿no cree usted?
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